jueves, 22 de mayo de 2014

una joya en el norte de Africa, Marruecos

Como sabéis todos los que me conocéis, la primera vez que fui a Marruecos, me quedé sin palabras, aquel olor de especias, flores, fragancias, esa simpatía de la gente, sus colores, la música, los animales, la vegetación, el Sahara, su cultura...

Todo era demasiado especial y no es para menos, todos los viajeros que han pisado alguna vez en su vida tierra marroquí pueden entenderme perfectamente, pedacitos de nuestro corazón se quedan prendados a ese suelo  y tenemos que volver allí una y otra vez para volver a descubrir momentos o lugares que antes nuestros ojos no pudieron apreciar y es que cada vez que vuelves a Marruecos puedes descubrir cosas totalmente diferentes. 

Mi viaje empezó desde Marrakech, aterrizando con un vuelo directo desde España alrededor de las 16:00 horas, en un caluroso día de agosto, la temperatura era bastante sofocante pero algo  a lo que después no le di ninguna importancia, 49º.

Mi primera impresión fue perfecta, niños corriendo por la calle, motos haciendo rugir sus motores en las largas calles, edificios color arena, banderas rojas con esa bonita estrella verde en el centro, pero todavía no había visto nada. 

Dentro de un taxi y "chapurreando" un poco de francés le indiqué al taxista que quería ir a la plaza de Jemaa el-Fnaa, uno de los puntos más famosos de la bella ciudad de Marrakech, una vez llegué allí si que me enamoré de Marruecos en dos segundos, hombres haciendo bailar a serpientes, puestos de comida, música tradicional, ese olor tan característico que nunca olvidaré, el famoso zoco con sus explosivos colores que dejaban boquiabiertos a todos los turistas y viajeros...
¡Todo era más que perfecto! Una vez instalada en el hostal Equity Point Hostel Marrakech, (apenas dejé la mochila, ya me puse en rumbo para explorar toda la ciudad) y cada vez que andaba y andaba iba descubriendo lugares increíbles: la Mezquita Koutubia con su llamada a la oración, los cafés para tomar ese maravilloso té a la menta viendo la increíble plaza desde arriba, pero para mí, la mayor aventura fue adentrarme en el zoco, era como volver al siglo XIX, con pinturas, artesanias, alfombras, joyería tradicional, ropajes tradicionales, dulces, cosas increíbles que podía pasarme horas y horas mirando y degustando.  



Cuando me dí cuenta ya era hora de regresar al hostal ya que al día siguiente quería seguir explorando, y solo puedo decir que poco me importaban esos 40º grados a las cinco de la madrugada y esos casi 50º grados a las seis de la tarde, cada esquina era un nuevo tesoro, las escuelas coránicas por dentro eran algo increíble, los Jardines de Menara preciosos, y los jardines Majorelle era el mejor sitio para ambientar historias mágicas. las horas pasaban y pasaban, era mi segundo día en Marruecos y yo ya sabía que no quería volver a España. 



Pero pasaron los días y tuve que dejar Marrakech para seguir mi viaje por este maravilloso país, la siguiente parada fue el Sahara, junto con otros viajeros marroquíes y franceses hicimos un largo viaje hasta el Sur de Marruecos de 12 horas en coche, el viaje parecía interminable, cada vez que bajábamos más hacia el sur, la temperatura iba subiendo 49º, 50º, 51º pero nadie decía nada, todos mirábamos a través de la ventana de nuestro 4x4 ese increíble paisaje desértico que almenos yo, no estaba acostumbrada a ver. 

Pasamos por lugares alejados de la civilización como Agdez, Tinzouline, hicimos una parada en una de las montañas más altas del norte de Africa llamada Col du Tichka, bajamos hasta Tamegroute, Ouarzazate viendo la increíble kashba de Ait Ben Hadou y paramos en Zagora para pasar la noche en un hotel en el cual podíamos ver el desierto, todo era tan perfecto que ni yo imaginaba que podría haber estado ahí nunca, pero sucedió. 


Amaneciendo en Zagora y antes de llegar a nuestro destino, el Sahara, fuimos a visitar la ciudad, las mezquitas, los mercados, la gente sonreía, nos hacían fotos, todo era tan surrealista pero mágico, probamos comidas increíbles que nunca olvidaré, aquel sabor era algo que todo el mundo debería probar en esta vida.
Y por la tarde nos pusimos en marcha para ir al desierto, una maravillosa noche nos esperaba allí junto a una buena hoguera, y bailes al son de los tambores.

 A través de pistas, solo de arena, llegamos al desierto, las últimas dos horas en coche las habíamos pasado viendo solo arena, no vegetación, ningún animal, solo encontramos un oasis en el cual hicimos una pequeña parada y puedo decir que los oasis, son igual de mágicos que los que tenemos en nuestra mente...


Nos acomodamos en nuestras "haimas" tiendas tradicionales árabes para pasar la noche en el desierto y nos dispusimos a hacer un viaje con camellos a través de las dunas para poder ver el atardecer, solo puedo decir que ese momento fue uno de los más mágicos de mi viaje


Entre diversiones y risas, se hizo de noche y después de una larga noche de bailes finalmente fuimos a dormir, despertándonos al día siguiente con unos de los más maravillosos amaneceres que mis ojos han visto nunca, la fría arena del desierto por la mañana, con nuestros pies descalzos era la mejor manera de poder levantarnos después de un largo viaje. 

Pero pronto tuvimos que abandonar de nuevo el desierto y mi viaje prosiguió hacia la costa: Essaouira, un precioso pueblo costero que no tenía nada que ver con lo que había visto anteriormente, era fresco, la temperatura debía ser 25º máximo, el oleaje del atlántico chocando las rocas de la playa, esos puestos de comida de pescado frito, ese zoco maravilloso en el que tanta gente conocí, puedo contar tantas anécdotas que me sucedieron en ese pueblo que no podría terminar con esta historia  nunca, decidí quedarme en ese pueblo costero varios días ya que era muy relajante, la comida era buenísima, y la gente adorable. 






Para alojarme si que tuve problemas ya que había un festival de música, así que todo estaba completo, pasé la primera noche en una casita bereber a las afueras de la ciudad y el resto de días en una habitación más cercana al centro, todo era perfecto, veía que mi viaje estaba llegando a su fin, pero no quería, no quería hacerme a la idea, ya que todo era demasiado perfecto allí. largos paseos por la playa degustando los mejores dulces del mundo, los dátiles, noches alrededor de un maravilloso tajin y ofreciendo a mis sentidos una sesión de música tradicional del desierto, mañanas enteras conociendo a la población mientras podía comprar en el zoco...

Los días en Essaouira finalizaron y tuve que volver de nuevo a Marrakech desde donde debía coger mi avión otra vez, todavía recuerdo la última vez que vi la mezquita Koutubia iluminada por la noche, la última vez que escuché la llamada a la oración, la última vez que vi a los turistas y locales riendo juntos y olvidando las diferencias, la última vez que me perdí dentro del zoco...no pude evitar llorar pensando en como iba a echar de menos ese país y 9 meses después de haber estado allí todavía tengo esa sensación de estar paseando entre los mercaderes, de sumergirme en la cultura y no puedo esperar más a que sea agosto 2014 y me embarque nuevamente en una aventura que me llevará a este país del Norte de Africa, esta vez para descubrir el norte, y quién sabe quizás también el sur y recoger mitad de mi corazón que se quedó junto a la bandera roja con esa bonita estrella verde. Y es que todo el mundo que haya ido a Marruecos puede entender que es un país que te atrapa y al cual tienes que volver.



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